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Se fue a trabajar a Nueva York, se enamoró y ahora vende helado en Bélgica


El camino de Alejandro Atampi empieza en Rafael Castillo, provincia de Buenos Aires. Tenía 18 años y trabajaba como ayudante de albañil. En una de las obras conoció a la persona que cambiaría su destino, el arquitecto Oscar D'Aloisio. Por él, se subió a un avión por primera vez en su vida, empezó de nuevo a 8500 kilómetros, conoció a su mujer y volvió a empezar otra vez. Hoy vive en Bruselas, donde abrió una heladería que atravesó su primer verano con éxito.


"¿Estás loco? Te van a matar y vender tus órganos", le decían, un poco en broma y un poco en serio, sus amigos cuando se enteraron de que dejaría Rafael Castillo para radicarse en Nueva York.


D'Aloisio le había prometido que si a la heladería que había abierto en Manhattan le iba bien, lo llamaría. Y así lo convocó en 2001 para que trabaje con él y su hermano en Cones, una de las primeras en masificar el helado artesanal en Manhattan. Hasta ese momento, Atempi no se había subido a un avión. Es más: ni siquiera había salido del barrio. No hablaba inglés y no había terminado el secundario. Pero igual se fue. "Yo conocía a Oscar y me di cuenta de que él era buena gente. Y confié", recuerda. "Tenía un buen presentimiento".

Llegó a Manhattan con 26 años en abril de 2001, antes del estallido social en la Argentina y del atentado a las Torres Gemelas. "Empecé a trabajar apenas me bajé del avión. Ese día había dormido cuatro horas, pero trabajé día y noche esa primera semana porque estaba con muchas ganas de aprender: estaba asombrado de tener la oportunidad de estar en otro país y quería entender bien cómo eran las recetas del helado", recuerda.


De la mano de Oscar y su hermano, Raúl, empezó a estudiar inglés y al mismo tiempo aprendió a hacer helados artesanales. Atendía el local, y así conoció a otra persona que cambió nuevamente su historia: la ilustradora belga Sophie Daxhelet, que en ese momento estudiaba en Nueva York. Empezaron una relación entre la Argentina, Estados Unidos y Bélgica, hasta que decidieron instalarse en el país europeo. Atampi quería tener su propio negocio y pensó que invertir en Bruselas sería más fácil.

Hace un año y medio se instalaron en la capital belga y hace tres meses abrió Cones Bélgica. No es una franquicia de la heladería de Nueva York, sino que los D'Aloisio le "prestaron" la marca. "Mi ex jefe es como mi familia por la manera en la que me trataron. Yo no le tengo que pagar ni dar nada a cambio. Ellos me apoyaron muchísimo", dice, sobre los hermanos que le dieron trabajo en Nueva York y luego lo apoyaron para que abriera su propia heladería en Europa.


Mate, dulce de batata y maíz: los gustos para enamorar a los belgas

En Nueva York cambiaron caramel por dulce de leche; en Bélgica, chocolate por mate. Siguiendo la tradición de los D'Aloisio, Atampi introdujo gustos exóticos a la heladería en Bruselas. Los da para probar a sus clientes que, dice, son "abiertos a nuevos sabores y curiosos". Por ejemplo, creó un helado de remolacha que se convirtió en un éxito después de que repartiera "muestras gratis" en cucharitas.

"Los belgas van mucho a lo clásico, como vainilla o chocolate, pero también se vende mucho dulce de leche y mate", resalta. El de batata y el de membrillo es otro de los grandes éxitos de Cones Bélgica.

En un futuro no muy lejano, Atampi espera poder convertir a la heladería en un punto de encuentro para la comunidad latina en Bruselas. "Tenemos una cocina grande y nos gustaría tener visitas para mostrar cómo se hace el helado artesanal", explica. Con ayuda de su mujer, que conoce bien todos los barrios de la capital belga, encontraron un local cerca de escuelas y un museo para chicos.

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