top of page

Emprendedores que se juntaron con sus mejores amigos para cumplir el sueño del proyecto propio


Una idea y un vínculo inquebrantable ayudaron a distintos grupos de amigos a crear negocios de cero.


El emprendedurismo y la amistad, en ocasiones, suelen ser muy buenos aliados para los negocios. Tal es el caso de dos exitosos proyectos que involucran inmuebles comerciales y que tienen como protagonistas a grupos de amigos.


En el mundo de la bioconstrucción, los últimos años fueron testigos de la creación de una nueva tendencia: los glampings. Llamados así en alusión a los campamentos glamorosos. En ellos, las carpas le dan paso una singular estructura denominada domo. Estas construcciones se convirtieron en la vedette de los complejos turísticos, de algunas cadenas hoteleras y de una gran cantidad de eventos. “Ahora son muy comunes, pero hace 10 años nadie sabía lo que era un domo”, dice Juan José Sánchez (de 31 años), fundador de Domos Córdoba, junto con su amigo Juan Ignacio Olveira (35). Ellos ya habían compartido tres años de carrera en Arquitectura y Diseño y comenzaron con esta aventura en 2013. “Queríamos hacer algo novedoso y relacionado con la naturaleza”, cuenta Sánchez. Así es como de la mano de un tercer amigo, quien ya no forma parte del proyecto, llegó la idea de hacer domos.


Estaban convencidos de que no querían emprender con un negocio ya existente, sentían que “la clave era buscar algo que sea imposible y hacerlo posible”, cuenta Sánchez. Después de muchos intentos, lograron que les presten $50.000 que usaron para comprar herramientas y comenzaron a probar diseños y planos. Luego de muchas vicisitudes y algunos traspiés, a los cuatro meses consiguieron el primer cliente. Y desde allí no pararon de crecer: ya fabricaron más de 500 domos para proyectos turísticos, deportivos y festivales artísticos -como el Lollapalooza-. En el camino, llegó la alianza con el estudio de arquitectura Van-Gros que les permitió la mejora progresiva de sus productos, como lograr un domo impermeable.


A la par de sus pruebas y errores, se propusieron capitalizar el know-how desarrollado hasta el momento y empezaron a dar charlas y cursos. “Como teníamos el objetivo de que la gente conozca los domos, creamos cursos para enseñar a construirlos. Arrancamos en campamentos con gente que quería irse a vivir a la sierra y llegamos a dar talleres en Uruguay, México y Barcelona”, relata Olveira. Ellos, que sentían que se habían retirado por la puerta chica de la Universidad de Córdoba, terminaron dando clases allí. Sin dudas, eso se convirtió en una suerte de revancha, que los impulsó a mucho más. Al tiempo, ya habían comenzado con lo que parecía un próspero negocio. “Todo fluía, nos llamaban y nos contrataban”, cuenta.


Hasta 2019, solamente vendían la “cáscara” del domo y el comprador tenía que hacerse cargo del interior. “Hoy pienso y no sé cómo hicimos para vender estructuras para que las personas después vieran qué hacer con eso”, reconoce Olveira.


Cuando llegó la pandemia decidieron documentar el paso a paso de la construcción de un domo para hacer tutoriales que venden a distintos países. “Entre los 19 cursos presenciales y la academia digital ya llevamos alrededor de 500 personas capacitadas”, dijo Sánchez.


Hoy los domos tienen diversos usos como espacios de estudios, invernaderos y hasta viviendas. “Con el estudio Van-Gross armamos construcciones completas para el desarrollo de ecoturismo que ya están disponibles en Mendoza, Jujuy y Córdoba. Entre los usos más habituales que se les da a nuestros domos se destacan: salones de usos múltiples, espacios para hacer yoga o lugares techados en los jardines”, detalla Sánchez. Un domo ya armado de 33 m2 -que es el que más venden para el turismo- cuesta alrededor de US$30.000.


Concretar un anhelo


Otro caso de construcción, emprendedurismo y amistad es el que protagonizan Guillermo y Agustín Ortelli, Julio Sartori y Diego Rosón Fontán (que tienen entre 45 y 54 años). A ellos no sólo los une su pasión por el esquí, sino también un proyecto turístico/comercial que llevan adelante en San Martín de los Andes.


Su expertise (un escribano, un distribuidor de autopartes y dos dueños de una agencia de publicidad digital) nada tenía que ver con el mundo del real estate. “Somos esquiadores a los que les gusta la aventura, pero no sabíamos cómo manejarnos en este tipo de emprendimientos”, confiesa entre risas Rosón Fontán.


El anhelo de desarrollar un proyecto en la montaña no tomó forma hasta que la abstinencia de la nieve en plena pandemia los inspiró. “La idea surgió en 2020 cuando vimos que nos íbamos a perder esa temporada de invierno. Empezamos a buscar qué hacer y surgió la posibilidad de comprar un terreno en San Martín de los Andes (en Las Pendientes) en forma online, sin verlo y en un lugar que ninguno conocía”, recuerda Rosón Fontán.





Las Pendientes es un barrio privado de montaña que permite salir esquiando desde la cabaña y tiene acceso directo al Cerro Chapelco.


Cuando pudieron viajar y ver el terreno que compraron, se encontraron con árboles caídos y con una vertiente de desagüe que cruzaba el lote. Para solucionarlo debieron invertir más dinero del previsto. Lo que nunca imaginaron es que su plan se terminaría convirtiendo en un negocio. “Pensamos en construir casas para nosotros pero nos dimos cuenta del potencial del lugar y su alta renta. Hicimos cuatro cabañas para alquilar, con capacidad para seis personas. Luego, compramos dos terrenos más que suman un total de 5364 m², para una segunda y tercera etapa”, describe Rosón el complejo llamado Campo Base.


Las cabañas de 110 m2 se alquilan a US$3000 la semana en temporada alta y a US$2000 en temporada baja. “Proyectamos recuperar la inversión en cuatro años”, detalla Rosón.

0 comentarios
bottom of page